Sabado, 24 de Enero de 2015
¿Yo soy Charlie?
El día 7 me desperté con la noticia de un atentado terrorista en Paris, y como otros muchos europeos sentí empatía por los asesinados e hice mía la frase “je suis Charlie” que había visto en las redes sociales.
Al día siguiente, tras mirar algunas de las portadas de la revista y no gustarme lo que vi (muchas me parecieron de mal gusto y ni siquiera se puede decir que intentasen demostrar algún punto de vista, salvo el desprecio por las creencias, no compartidas, de otros), me dije: “me podrán gustar o no las portadas de Charlie Hebdo, pero por ninguna de ellas ni por todas ellas mataría”. Así lo sigo creyendo.
Para entonces ese espontáneo “je suis Charlie” de Joachim Roncin (que ya tantos han intentado registrar, incluyendo dos empresas armamentísticas) se había convertido en apoyo a una “libertad de expresión sin límites”.
Desde entonces he estado pensando en si creo en la “libertad de expresión sin límites”.
En estos días he leído o escuchado argumentaciones del tipo: “Europa no sería lo que es sin su libertad de expresión”; vendiéndonos una falsa unidad europea, olvidando que en Europa -en la actualidad- hay 50 países con 50 sistemas legales, olvidando que las dos únicas guerras llamadas “Guerra Mundial” se iniciaron en Europa, olvidando la multitud de guerras que ha habido en este pequeño subcontinente (sólo 5,5% mayor que Canadá).
Es fácil ser autocomplacientes y recordar frases como “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo” de Evelyn Beatrice Hall (que muchos atribuyen erróneamente a Voltaire), olvidando otras citas como esta otra, algo más larga, de Victor Hugo (18 de mayo de 1879):
“[…] No es por nada que el Mediterráneo tenga […] de un lado toda la civilización y del otro toda la barbarie. […] Está ahí, ante vosotros, ese bloque de arena y cenizas, ese montón inerte y pasivo que desde hace seis mil años es un obstáculo al progreso universal. Dios ofrece África a Europa. Tomadla.
Tomadla, no por el cañón, sino por el arado; no por el sable, sino por el comercio; no por la batalla, sino por la industria; no por la conquista, sino por la fraternidad. Derramad vuestro sobrante en esta África, y al tiempo resolved vuestros problemas sociales, transformad vuestros proletarios en propietarios. ¡Marchad, haced! Haced carreteras, puertos, ciudades; creced, cultivad, colonizad, multiplicad.”
Pero no nos engañemos, podría haber transcrito otras muchas: la carta de Sir Cecil Rhodes al periodista William Thomas Stead (1895), la carta del rey Leopoldo II de Bélgica a los Agentes del Estado del Congo (Junio de 1897), a Pierre Paul Leroy-Beaulieu en “La colonización en los tiempos modernos” (1874), el discurso de Jules Ferry (1885),… Muchas otras.
Ahora el colonialismo a dejado paso a guerras con falsos motivos e intereses ocultos. Y con ellas han llegado imágenes como las de soldados americanos humillando a musulmanes en la prisión de Abu Ghraib; imágenes que a cualquier persona con una mínima empatía harían sentir mal, pero si a eso unimos un sentimiento de pertenencia o de unidad, un sentimiento de “ese podría ser yo”, pueden llegar a hacen que muchos sientan odio. Ahora es el tiempo de los “errores” y los “daños colaterales” que no son otra cosa que hombres, mujeres y niños muertos; pero por ellos no salimos a manifestarnos en Europa.
Muchísimos europeos se sienten incómodos con tantos no europeos en sus calles (también con otros europeos de países menos pudientes, pero ese es otro tema… o el mismo). Muchos de los que han estado en el extranjero dice que han tenido que amoldarse a las características culturales de donde han ido; mimetizándose, llegan a decir algunos. Lástima que eso no se hiciese a finales del siglo XIX y en el siglo XX, cuando las colonias, los protectorados y las zonas de influencia eran las despensas de Europa y se trataba a las personas como animales. Mapas sobre la expansión colonial europea y americana en los siglos XIX y XX.
Mas cuando te alejas de las caricaturas de Charlie Hebdo parece que la libertad de expresión sí tiene límites: existen las injurias y la difamación, el maltrato sicológico está penado, al igual que la apología del terrorismo. Se investigan los insultos a Isabel Carrasco en las redes sociales y se piden dimisiones y se dimite por algunos de estos comentarios. Incluso hay periódicos como La Gaceta de Salamanca que, correctamente en mi opinión, se ven obligados a limitar la libertad de expresión en los comentarios de sus noticias:
¿Habrá que remontarse hasta el siglo XI para dilucidar quién tiene que disculparse?, hasta los más tontos saben que si se quiere parar algo alguien tiene que ser el primero en decir “basta”. Pero no, seamos orgullosos, y como dice una paráfrasis bien conocida vayamos ojo por ojo hasta que el mundo se quede ciego.
¿Qué es lo que hace tan especial a la libertad de expresión, por qué no la libertad de acción? ¿O quizá sea la hipocresía de pedir libertad para ofender y la obligación de que los demás piensen igual?
En todo este discurso que se ha venido dando durante estos días llegamos a encontrar a quienes parecen pensar que el hombre moderno a caído en la escala evolutiva y ya es incapaz de discernir qué es un insulto, necesitando que se lo explique un juez; o, tal vez, sea un problema de inmadurez que obliga al uso de figuras de autoridad. Personalmente creo que es un vano intento de no responsabilizarse de lo que se dice:
“El problema de la periodista Sally Kohn es que ella no es nadie para definir “insultar”. Esa definición de insulto solo la puede establecer un juez.”
Jordi Pérez Colomé
“[…] la única frontera entre lo que es ofensivo y lo que no lo es está definida por el Código Penal […]”
Pedro J. Ramírez
Mientras esto dicen unos, hay periódicos que se reservan el derecho de no publicar los mensajes de contenido ofensivo o discriminatorio. ¡Sin haber consultado a un juez!
Creo en la libertad de expresión, pero sin ofender a nadie. Entiendo que se puede ofender por desconocimiento, de manera involuntaria, pero hacerlo deliberadamente es una provocación.
Mi conclusión es que yo no soy Charlie.
Martes, 6 de Enero de 2015
La maldición de Twitter… o cómo tengo olvidado este blog.
Es fácil y es cómodo: 140 caracteres y listo, ya tenemos nuestro comentario o nuestra crítica.
Una muy buena manera de decir algo y de no decir nada, de no argüir o desarrollar una idea. La comida rápida de las letras, de fácil digestión y más fácil olvido.
Y mientras, cuando su dueño pernocta en la comodidad de Twitter, este pobre blog que aparenta dormir se encuentra comatoso.
Así pues, parafraseando a Scarlett O’Hara o a Vivien Leigh: ¡Jamás volveré a descuidar este blog!